Abrazando la Compasión por Nuestros Líderes y Nuestra Nación
- leydenrovelo
- 1 may
- 3 Min. de lectura

Cada Cuaresma pienso: “¡Este es el año en que abandonaré ese apego particular que me impide tener una relación más profunda con Jesús!” o “¡Este es el año en que me comprometé a hacer/no hacer X!” A decir no sociales, sino aquello que me abrirá paso hacia mi santidad personal. Y cada año… no logro el progreso que esperaba, o me caigo de bruces. Soy un obra en progreso, por decirlo amablemente. Esto me hizo preguntarme cómo les va a otras personas. Especialmente a las personas que viven su fe bajo el escrutinio público. ¿Están bien?
En medio de debates acalorados, como los que se refieren a la inmigración y la seguridad fronteriza, solemos examinar con atención las posturas políticas de las figuras públicas. Sin embargo, detrás de los titulares se esconden los caminos personales de fe de líderes católicos como el vicepresidente J.D. Vance y el “zar de la frontera” Tom Homan, trayectorias marcadas por la lucha, la reflexión y un esfuerzo genuino por equilibrar el deber público con el llamado del Evangelio.
La carta del Papa Francisco a los obispos de Estados Unidos, publicada el 10 de febrero de 2025, ofrece un profundo recordatorio del compromiso de la Iglesia con la dignidad humana y el mensaje del Evangelio de amor incondicional. En sus palabras, el Santo Padre pide un “ordo amoris” que construya una fraternidad abierta a todos, instándonos a evaluar las políticas públicas a través de la lente de la compasión y el respeto por cada ser humano. Este mensaje no solo habla de la difícil situación de los migrantes, sino que también nos invita a reflexionar sobre nuestro propio camino de fe y las luchas inherentes a la vivencia de las enseñanzas de la Iglesia.
Los líderes políticos, como todos nosotros, están transitando el difícil terreno de integrar las profundas verdades del Evangelio con los desafíos de la vida diaria. Sus jornadas deberían recordarnos que el llamado a seguir a Cristo no es una garantía de perfección, sino una peregrinación que dura toda la vida, llena de desafíos y momentos de crecimiento. Es demasiado fácil hacer suposiciones sobre las creencias de los demás o criticar nuestra fe vivida sin comprender las batallas internas que enfrentamos cada uno para alinear nuestras acciones con las enseñanzas de la Iglesia.
La carta del Papa Francisco advierte contra las políticas que reducen la compleja realidad de la migración a una simple cuestión de legalidad o criminalidad, y nos insta a ver a cada individuo como una persona con valor intrínseco, independientemente de sus circunstancias. De la misma manera, deberíamos reconocer las luchas de nuestros líderes públicos. Con demasiada frecuencia, sus conflictos personales con las enseñanzas de la Iglesia y las presiones del servicio público quedan al descubierto ante el escrutinio público, y usurpamos el lugar del Señor al juzgar sus luchas internas.
En el espíritu de la Cuaresma y la promesa de la Pascua, canalicemos estas reflexiones en actos concretos de fe. Esta temporada nos llama a la oración, al ayuno y a la limosna, prácticas tradicionales que no solo profundizan nuestra propia vida espiritual, sino que también ofrecen un poderoso testimonio del amor y la dignidad que cada persona lleva consigo como imagen de Dios. Debemos orar por una reforma migratoria que honre la dignidad humana, instando a nuestros líderes a adoptar políticas que acojan y protejan a los necesitados, salvaguardando al mismo tiempo el bien común. Ayunemos como recordatorio de los sacrificios que han hecho nuestros hermanos vulnerables en su búsqueda de libertad y seguridad. Demos limosna, en solidaridad con los migrantes y refugiados, apoyando a las organizaciones e iniciativas que trabajan para humanizar la política migratoria.
En este momento, “vemos por un espejo, veladamente” y parece difícil orar por aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Pero Jesús nos dice: “…oren por los que los persiguen…”. Al hacerlo, honramos el espíritu del mensaje del Papa Francisco y ayudamos a construir una nación donde las políticas reflejen no solo la letra de la ley, sino el corazón del Evangelio: una nación bendecida por el amor de Dios y unida en la compasión por todos.
Este artículo apareció por primera vez en la edición de abril/mayo de 2025 de The Catholic Key Magazine
Comments