Un Dios Migrante para un Pueblo Migrante
La migración se ha convertido en un fenómeno complejo y multifacético en nuestro mundo actual. Abarca diversas etapas, desde la salida hasta la llegada, e incluso la posibilidad de regreso. El Papa Francisco invitó a la Iglesia a reflexionar sobre lo que significa ser "libre de elegir si migrar o quedarse". Dios reconoce la importancia de la elección para las criaturas imbuidas de libre albedrío.
En la biblia vemos ejemplos de migraciones forzadas, como la huida de la Sagrada Familia a Egipto para escapar de la persecución del rey Herodes. La decisión de migrar siempre debe ser libre, pero lamentablemente muchas personas hoy se ven obligadas a abandonar sus hogares debido a conflictos, desastres naturales o la imposibilidad de vivir una vida digna. El Papa Francisco enfatiza la necesidad de abordar estas causas profundas y crear condiciones que permitan a las personas vivir en paz y prosperidad en sus propios países.
Como directora del Ministerio Hispano e inmigrante, me siento atraída a examinar este complicado tema a través de la lente de lo que el padre Daniel Groody, director del Centro para la Espiritualidad y Cultura Latina de la Universidad de Notre Dame, llama la teología de la migración. Esta es una reflexión sobre el "misterio de Dios en una época de migraciones". ¿Y cuál es el misterio de Dios? Somos portadores de imagen, creados por Dios a su imagen y semejanza. Somos peregrinos en la tierra, ya que nuestro hogar final y verdadero es el cielo. El migrante es a la vez portador de la imagen y portador del evangelio: es la historia de un pueblo peregrino.
Un Dios migrante nos invita a ver a nuestros hermanos en exilio no por etiquetas (ilegales, legales, refugiados, solicitantes de asilo) que en última instancia son políticas y basadas en juicios, sino por su identidad humana. Restaurando en nuestros corazones y mentes, así como en los del migrante, un sentido de unidad y pertenencia. Todos estamos en fuga, migrantes de camino a casa. Así como Cristo es el puente entre nosotros y el Padre, también nosotros somos el puente entre el migrante y un lugar seguro donde vivir. Los inmigrantes creen que aquí encontrarán un lugar mejor. Al igual que el hijo pródigo, es la creencia en el refugio seguro del amor del Padre lo que les permite viajar de regreso a casa (Hans Urs von Balthasar).
El don de la fe cristiana es también una exigencia para los fieles. La historia de la salvación ofrece innumerables ejemplos de Dios en fuga con su pueblo, acompañándolos en el exilio y en la diáspora. Para Dios todos somos migrantes en camino a nuestro hogar final. Él elige acompañarnos a través de su Hijo y el Espíritu Santo. Es un Dios migrante para su pueblo migrante.
Originally published in The Catholic Key
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